Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.

Jeremías 33:3

Reflexión de Jeremías 33:3

Clama a mí, y yo te responderé

«Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.» (Jeremías 33:3, Reina-Valera 1960)


En este versículo, el profeta Jeremías recibe una palabra del Señor para el pueblo de Israel en un momento de crisis y confusión. Dios invita a Jeremías a llamarle, prometiéndole una respuesta divina y revelación de cosas grandes y ocultas. Este llamado a la oración es un recordatorio de la disposición amorosa de Dios para con su pueblo, incluso en medio de sus dificultades y pecados.


Este versículo resalta la naturaleza íntima y personal de la relación entre Dios y su pueblo. A lo largo de la Biblia, vemos cómo Dios escucha y responde las oraciones de aquellos que claman a Él con fe y sinceridad. Desde Moisés hasta los profetas, pasando por los salmistas y los apóstoles, encontramos ejemplos de cómo Dios revela su voluntad y su sabiduría a aquellos que buscan su rostro en oración.


El llamado de Dios a Jeremías en este versículo tiene implicaciones tanto para el pueblo de Israel en su contexto histórico como para los creyentes de todas las épocas. En primer lugar, nos recuerda la importancia de la oración como medio de comunicación con Dios. Además, nos enseña que Dios está dispuesto a revelarnos cosas que aún no entendemos cuando buscamos su dirección y sabiduría.

Mateo 7:7-8: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.»
Santiago 4:3: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.»
Estos pasajes contrastan la promesa de Dios de responder las oraciones con la advertencia de que debemos acercarnos a Dios con corazones sinceros y motivos correctos.


Jeremías 33:3 nos insta a buscar a Dios en oración con confianza y expectativa, sabiendo que Él está dispuesto a revelarse a sí mismo y su voluntad a aquellos que le buscan sinceramente. Como creyentes, podemos confiar en la fidelidad de Dios para responder nuestras oraciones y guiarnos en nuestro caminar con Él.

Amados amigos,

En la calma de la mañana o al anochecer, cuando el susurro del viento se entremezcla con el silencio de la noche, somos invitados por el Todopoderoso a clamar a Él. ¿No es esta una gracia maravillosa? Que el Rey de reyes, el que sostiene las estrellas en su lugar y conoce cada latido de nuestro corazón, nos llame a conversar con Él en íntima comunión.

«Clama a mí», declara el Señor, «y yo te responderé». No son palabras vacías, sino una promesa sólida y segura, tallada en la eternidad misma. Qué consuelo encontrar en estas palabras, qué fortaleza en medio de la aflicción y qué esperanza en tiempos de oscuridad. El Creador del universo no solo escucha nuestras oraciones, sino que se deleita en responderlas, revelando tesoros espirituales y misterios celestiales que están más allá de nuestra comprensión terrenal.

¿No es esto motivo de asombro y gratitud? Que el Dios de toda gloria y majestad se incline para escuchar nuestras suplicas, con la ternura de un Padre amoroso que atiende el clamor de sus hijos. ¿Acaso no deberíamos correr confiadamente a Su trono de gracia, arrojando nuestras preocupaciones y cargas a Sus pies, sabiendo que Él está dispuesto y capaz de responder.

Que esta verdad sagrada, grabada en las páginas de la Escritura, penetre profundamente en nuestros corazones y transforme nuestra forma de vivir. Que nunca olvidemos el poder de la oración, la dulzura de la comunión con Dios y la certeza de Su respuesta.

Entonces, mis amados hermanos, ¡clamemos con fervor al Dios que escucha, al Dios que responde, al Dios que nos enseña cosas grandes y ocultas que están más allá de nuestra imaginación! En Él encontraremos consuelo para nuestras almas, dirección para nuestros pasos y esperanza para nuestro futuro.

Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo estén con ustedes siempre.


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