He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
22 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

Apocalipsis 3:20-22

 Reflexión de Apocalipsis 3:20-22

«Querido hermanos, en el pasaje apocalíptico de la revelación divina, nos encontramos con la joya incandescente de Apocalipsis 3-20-22, donde la voz del Maestro resuena con una llamada que trasciende el tiempo y el espacio. Permítame, en el fragor de nuestra indagación hermenéutica, explorar los matices más profundos de este texto, sus secretos con la luz de la síntesis bíblica y el vigor del estudio exegético.

En el umbral de la historia final, el Señor Jesucristo se erige como el umbral de la puerta de nuestras almas, golpeando con dulzura y autoridad a la puerta de nuestro corazón. Este acto no es meramente físico, sino espiritual, simbolizando la invitación divina a la comunión íntima y transformadora. Él, el Sumo Pastor, desea entrar en los corredores más profundos de nuestra existencia, compartir mesa con nosotros y nutrirnos con su gracia insondable.

Sin embargo, este llamado va más allá de una simple visita celestial; es un llamado a la rendición total, un recordatorio de que nuestras vidas deben ser traspasadas por la luz de Su presencia. La exhortación a abrir la puerta no es solo un gesto de cortesía, sino una imperativa escatológica que resuena en los añales de la eternidad. Pues, ¿Qué destino aguarda a aquellos que ignoran Su voz? En medio de las sombras de la noche espiritual, permanecerán solos, desprovistos de la comunión divina y expuestos a las furias del juicio venidero.

No obstante, para aquellos que abren la puerta de sus vidas a Jesucristo como señor y salvador, aguarda una promesa inefable: la comunión eterna con Él en Su trono celestial. Serán recibidos como amigos íntimos, investidos con la autoridad y el poder que solo el Cordero de Dios puede otorgar. Esta es la culminación del viaje espiritual, el clímax de la historia humana, donde las lágrimas serán enjugadas y la muerte será abolida para siempre.

Entonces, querido lector, ¿Dónde reside tu elección? ¿Cerrarás la puerta de tu corazón al llamado del Rey de reyes, o la abrirás de par en par, recibiendo con gozo la presencia transformadora de Cristo? Que nuestras vidas sean testimonios vivientes de esta verdad eterna, preparadas para el día glorioso en que Él volverá en majestad y esplendor. Amén.»

Lucas 13:25-27

Mateo 7:21-23: «No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’.»

Lucas 13:25-27 «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y vosotros, estando fuera, comencéis a llamar a la puerta, diciendo: ‘Señor, Señor, ábrenos’, él respondiendo os dirá: ‘Os digo que no sé de dónde sois.’ Entonces comenzaréis a decir: ‘Comimos y bebimos en tu presencia, y enseñaste en nuestras calles.’ Pero él os dirá: ‘Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí, todos vosotros, hacedores de maldad’.»

Mateo 25:10-12: «Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ‘Señor, Señor, ábrenos.’ Pero él respondió y dijo: ‘De cierto os digo que no os conozco.’»

Estos versículos subrayan la importancia de la verdadera fe y obediencia a Dios, contrastando con la imagen de Apocalipsis 3:20-22 que presenta a Jesús llamando a la puerta del corazón humano para entrar y compartir comunión con aquellos que lo reciben.

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